El tiempo pasaba. Después de que los filósofos naturalistas dejaran de venir a ver a Víctor; después de que éste no mostrara ningún progreso que albergara esperanzas sobre su educación; después de que prestigiosos observadores mencionaran rápidamente los síntomas de idiotez congénita; finalmente se decidieron por este diagnóstico: el niño salvaje era idiota (de ahí que fuera abandonado); y era bien sabido que la idiotez era incurable. Pero no todos tiraron la toalla, un joven médico llamado Itard estaba realmente dispuesto a intentar la educación del niño, aunque otros fueran pesimistas o estuvieran convencidos de su inutilidad. Itard pensaba que Víctor no era necesariamente deficiente sino que necesitaba el lenguaje para realizar procesos mentales superiores. Separado de la sociedad, de la relación social y del lenguaje llevaba una vida totalmente animal, preocupado solamente por los objetos sensibles y presentes. No es que careciera de inteligencia, sino que un hombre privado de la relación con los otros la ejercita y cultiva tan poco que piensa solamente en la medida en que se ve obligado por los objetos exteriores. Por lo tanto, Itard, creía que el desarrollo de Víctor tan sólo necesitaba ser incentivado con las destrezas que los niños en la sociedad civilizada normalmente adquieren a través de la vida diaria. Y para ello era primordial situar al niño en circunstancias apropiadas: la creación de un medio sano y alentador que satisficiera gran parte de sus necesidades. Así que se lo llevó a su casa y le encargó a su ama de llaves su cuidado.
Uno de los propósitos de Itard era que el niño pudiera hablar imitando lo que oía, así que, en primer lugar, tenía que reconocer y distinguir los sonidos del habla. En un principio pensó que la satisfacción de la mayoría de las necesidades de Víctor y una creciente socialización serían suficiente para que adquiriera el habla. Y consiguió algunos progresos: al principio, Víctor solo reaccionaba a los sonidos que se hallaban asociados con la comida y la libertad, después empezó a reaccionar con más frecuencia, ante las voces. Pero siguió sin poder hablar. ¿Acaso una falta total de ejercicio por parte de nuestros órganos acaba por hacerlos inadecuados para sus funciones? y si es así ¿un niño pequeño tiene mayor capacidad para aprender a hablar que un adulto? ¿existe realmente un período crítico para la adquisición del lenguaje?
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